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Crónica de una Navidad desde Laponia

Crónica de una Navidad desde Laponia

Desde la blanca nieve navideña, símbolo por excelencia de estas fechas y patria de Papá Noel, todo se ve de diferente forma. España queda lejos y aquí las bajas temperaturas hacen disfrutar del calor de la hoguera dentro de las casas. Explicar cómo los juguetes son repartidos por el mundo es una misión difícil. Desde la pequeña cabaña de Papá Noel se dibuja un estrecho camino que se adentra en el bosque nórdico cubierto de nieve. A pocos metros, oculta por la frondosidad se encuentra la fábrica de juguetes más grande e importante del mundo. Pocas personas han podido disfrutar de encontrar este lugar, y hoy muchos tendremos la oportunidad de vivirlo aunque sea en la distancia. Unos ayudantes de pequeña estatura, orejas puntiagudas y gorro rojo nos reciben a la entrada. Se respira un clima de ilusión especial, estas fechas son muy importantes para todos y nada puede salir mal. Papá Noel es muy exigente y lleva preparando a conciencia el gran día durante todo un año. Grandes plataformas por las que se deslizan juguetes que van directos a cajas de colores y formas diferentes. Ayudantes que envuelven rápidamente los regalos e inmensos sacos llenos de muñecos, balones, cochecitos... invaden casi todo el suelo.

Un individuo con cara de malas pulgas y tono burlón nos avisa que Papá Noel está esperándonos en su despacho. Dentro de su apretada agenda ha conseguido hacer un hueco para recibirnos y explicarnos su intenso trabajo. Barba blanca, gordinflón, vestido de rojo y con unos coloretes típicos del frío del lugar, nos extiende la mano y nos invita a pasar. Sentado en un sillón negro con aspecto cómodo nos explica sus viajes alrededor del mundo repartiendo felicidad. Subido en su trineo lleno de sacos rojos de regalos recorre durante horas todos los países por la noche entrando en las casas y dejando los juguetes a los pies del árbol de navidad.

Los niños duermen, o intentan dormir, mientras esperan ansiosos la mañana siguiente. Muchos de ellos, con la puerta de su habitación cerrada creen escuchar sonidos en el salón invadiéndoles los nervios de ser descubiertos por Papá Noel, el mejor truco para que no se dé cuenta es hacerse los dormidos. El día siguiente es uno de los más esperados del año. Las risas, la felicidad, las ilusiones invaden las casas donde los más pequeños abren sus regalos, corren, gritan... y sobre todo, disfrutan, de esa inocencia que los más mayores añoran mientras les miran.

La inocencia es lo que nos hace creer ciegamente en lo imposible. Lo que he escrito los adultos lo tildarían de fantasía, cuento o dado el día que es, de inocentada. Muchos de nosotros no respiramos esta ilusión infantil pero seguimos guardando aquel punto de inocencia que hace que en días como este nos lleguen a tomar el pelo con cosas absurdas que nos creemos sin duda alguna como ocurre con muchos medios que incluyen alguna noticia de dudosa veracidad, ¿inocentes?, yo diría afortunados, afortunados por mantener inocencia infantil.

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